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CICLOTIMIA

7:00. Suena el despertador. Fiel a su liturgia matutina, saltó de la cama y puso sus pies en el suelo .A él, le gustaba despertar con el frío de la baldosas. Le hacían sentirse vivo, que la vida continuaba, que tendría que enfrentarse, otra vez, al café frío, a “otra ronda más” y “yo no he pedido esto”,  a la sacarina reclamada por la chica que quiere perder su michelin,  y a repetir una y otra vez un menú que gastaba su garganta. Después fue al lavabo, y se miró en el espejo. Le gustaba la respuesta que le devolvía, aunque una noche de insomnio hubiera castigado su rostro con ojeras, aunque descubriera una nueva arruga o alguna cana.

A él le gustaba mirarse en el espejo.   Cuando aún no sabía distinguir el bien y el mal, cuando los únicos misiles que conocía eran las caricias, tan sólo reclamaba una cosa, tan sólo tenía un deseo en la vida, por eso cuándo alguien le preguntaba qué quería ser de mayor, él respondía “Un hombre”. Después venía una carcajada sonora acompañada por toda una retahíla de comentarios sobre las ocurrencias de chiquilla. Pero después vino el carnaval, y su negativa a ser princesa. Y después vino la comunión, y ese traje tan pomposo, y otra vez a ser princesa, y otra vez a decir que no. Tenía aversión a la ropa y odio al lavabo. Y al espejo. Y al crecimiento de sus incipientes pechos. Y a ese vello hirsuto que iba invadiendo su estafa y su mentira, que iba conquistando su falso sexo. La ducha era su infierno, y el agua su enemigo, por eso siempre se ducho con una camiseta, para evitar desnudarse al completo, para no mirar esa verdad no sentida, para esquivar frotar unos senos no queridos. Así con ese trapo se ahorraba los insultos del espejo, pensaba él. Sea como fuere, quería deshacerse de ese cuerpo que no le pertenecía.  

Ahora la gente de la calle le llama Juan. Ahora él, aún tiene mamas, útero, vagina y ovarios, pero también entradas, y barba. Ahora más que nunca, le gusta mirarse en el espejo.

Hoy quiero hablar de ti. El otro día salí por la noche. Primero ya sabes, una llamada, una hora y un lugar, y un plan. No tenía muchas ganas, la verdad. Hubiera preferido quedarme en casa, leyendo, viendo una película que removiera mis fatigas, o cualquier otra cosa, cualquier otra cosa que recorrer las calles con sombras. Pero salí. La crónica de la noche me la ahorro. Además creo que tampoco podría poner alguna anécdota, porque no hubo nada, aparte de aburrimiento. Toda las horas que rondé por los bares estuve invadida por la nostalgia de la ciudad líquida. Rellena de partidas de Trivial sin sentido, de panes de “Tataramundi”, y de “Antrotxus”, y del nigromante anillo. Fuisteis grandes. Enormes profesores del superlativo de amistad… pero espera. Me estoy desviando del tema. Antes he dicho que quería hablar de ti. Al día siguiente, cuando aún estaba mareada por los recuerdos, hablamos por teléfono. Te comenté que tenía post, pero antes tenía que prepárame el de reserva. Sabes que es mi manera de trabajar. Tengo miedo de quedarme un día sin palabras. Intento anticiparme antes que me atrape ese vació. Y la verdad, que prefiero no pensar mucho. Después también hablamos sobre tu futuro, sobre lo que tienes qué hacer. Aún desconoces cuál es el siguiente paso, y me preguntabas a mi,  a la infiel de las decisiones, qué haría yo en tu lugar. No lo sé, pero hazlo sin miedo. Ignora a los cíclopes, a los molinos de viento, ignora las palabras de un posible encantamiento. Sé que, te sentirás sola, incomprendida, prisionera de inseguridades, poblada de angustias. Eso es la vida. La vida duele. El misterio de la vida duele, así que no intentes comprenderla. No te preguntes por qué. Llora las lágrimas que calienten tus ojos. Escúpelas lejos, y mira hacía adelante. Alivia las perturbaciones del alma con sinfonías, con un café a media tarde con los amigos, o saltar a la calle con destino incierto. Entretén tus pasos, que las horas sean frágiles y rápidas. El tiempo, a veces, seca las sonrisas. Evítalo. Sacúdete de tristezas y amarguras. Haz tu odisea, tu propia aventura. Sé que puedes. Estoy segura que a la vuelta encontrarás a Penélope. Esperándote.  P.D. Aquí también soy tu peor pesadilla.. Haz el proyecto!

Nos encontramos otra vez, aquí, en la ciudad por donde transita nuestro pasado. Nos encontramos con un abrazo cálido, un abrazo mentiroso que estrangulaba mis deseos, que escondía mis propósitos cubiertos de vicio, para  después pasar al ¿qué tal?,  a un café de de risas tardías y alguna que otra historia de aullidos muertos. Yo te miro a los ojos, prometiéndote ir a tu arrecife, jurándome que tenía que resucitar sea como fuere…Y así preparamos la excursión que no se hizo, y esa aventura sin comienzo. Me mordí la verdad hasta el último momento, porque no quería corromper tus ganas, porque no quería ensuciar los ojos que desconocen la muerte, porque no quería desnutrir tu esperanza con la sangre que derramaba mi garganta… Otra vez será.

Volver

Vuelvo. Sin ambición, vaciada de sentimientos e ilusiones. Atascada de muerte. Retenida en el tráfico de los transeúntes del delirio. Devastada, y sin camino, pero las palabras explotan en mi vientre, se deshacen en mis sueños. Necesito retenerlas. Secuestrarlas para que no caigan en el olvido, y por eso vuelvo, por eso hoy, necesito espolvorearlas, y diseminarlas, porque hoy es verano, porque necesito la solución al pasatiempo de las noches de insomnio.  Abdominales verbales, flexiones de adjetivos… Empiezo la carrera…Hoy pongo fin al letargo. Vuelvo.

Y todas mis palabras supuran mentiras, patrañas de verbos amargos y ácidos. Son el nutriente de mi aliento podrido y fétido, de estos días que no tienen historias, ni almas libertarias. Y cada segundo, cada paso, es una capa de cebolla, otra bufanda amante de la soledad. Tu vida son 10 horas encerradas en el calabozo de la torre, allí donde antes de pasar la frontera, antes de acceder, mueren los cuentos por el invierno de las paredes. Las magdalenas del desayuno no gritan sueños. Quieres convertir tu soledad en prostíbulo de emociones. Reclamas con urgencia insolente la llamada de un cupido asesino. Quieres gasolina con óvulos emergentes en la silicona. Y mientras, mientras todo esto sucede mi sonrisa camufla la historia de unas lágrimas con revoluciones perdidas…

Tus manos sostenían un cigarro, pretendiendo estafar a la niñez escondida que bailaba en tus pupilas. Tú querías crecer rápido. Saltarte la línea torcida que tenías escrita en tu mano. Eludir el recreo, y la comba desahuciada de zapatos del número 35. Eras tú, y la cuerda sin saltos, y la agonía de un recreo que te llevaba a la soledad de los extraños. Tú, y las caladas que inmolaban la edad de la inocencia, porque querías ser mayor, y por eso empolvaste tus mejillas con codeína, y por eso anegaste las nanas de la luna con ginebra. De eso, ya han pasado 10 años. Ahora tan sólo te queda el humo que encharca tus sueños párvulos, y un recuerdo que  te hace colgar una sonrisa rota en el rostro, pensando en aquel día que la profesora os preguntó qué querías ser de mayor. Tus compañeros se adelantaron: pianista, peluquera, médico… Tú callabas, ofreciendo un silencio como respuesta, y latiendo en tu interior el deseo de ser Superman…. Y volar…. Y escapar del mundo de los incomprendidos…

Naciste presa del silencio. Naciste sin ruidos, sin timbres de teléfonos, sin un eco a quién gritar. Amarrada al mundo de canciones afónicas, atada permanentemente a la orfandad de tus pensamientos. Inundada de palabras huecas, porque nada crece en tus oídos, y tan sólo escuchas con los ojos, con tu mirada que secuestra nuestras bocas. Y es tu mano la que habla, quien me dice buenos días, y quien pone el verbo a tu palabra. Y después llega la noche, la maldita estela oscura que te amputa el papel de espectadora, y yaces sin luz, con la esperanza que el guiño de una farola ilumine los jeroglíficos de los labios. Sí, porque tienes ansias, codicias de descifrar, pero cae la noche en los hombros, pesada y fría, mutilándote de los cuentos de asfalto. Me pregunto cómo debe ser sentir los latidos de tu corazón en un mundo vacío y desierto de notas. Vibraciones, dices, mi cuerpo siente las vibraciones.

 

 

Estoy en el coche. Tú mientras tanto, vas conduciendo, hablando de tu despertar, de tu colección de ceniceros robados en los bares que visitas, de los años que se cuelgan en los hombros, de las vacaciones con balones de Nivea… Y suspiras “Ays! ¿cómo pasa el tiempo, verdad?”… Y tú continuas explicándote… la multa pendiente que tienes a las batas blancas, las declaraciones de corazones mentirosos que buscaban probar nuevas bocas.. . Y te vas explicando, naciéndote .. Y yo te escucho, atentamente, en las calles de las farolas que pintan la noche amarilla, y te escucho cuidadosamente… Y yo estoy atrás, siempre atrás, deseando ocupar el sillón del copiloto, allí donde te observo… Allí donde el retrovisor me regala la triste felicidad de ver tus pequeños ojos marrones. Tus ojos alubia.

 

Suena el despertador. Alargas la mano para detener ese ruido inarmónico que te da la bienvenida a un nuevo día, a una nueva jornada donde no quieres abrir los ojos, donde no quieres nacerte… Llevas demasiado tiempo con la amargura atascada, demasiado tiempo con el iris encharcado… pero te levantas, te levantas porque no eres libre, y tienes la obligación de cebar a una ficha que siempre cae en la misma casilla. Número 8. Empieza el día….pero antes, antes de eso, has ido al lavabo, y te has mirado al espejo. Te detestas, es así de simple. Odias esa realidad que te escupe, pero continuas avanzando, mutilada, cercenada, pero avanzas, creyendo que algún día todo cambiará, creyendo que algún día todo será verde, y creyendo que tú, que tú... habrás despedido a la angustia negra…

Me vendí a los silbidos de una copla paralítica, y pensé que está vez todo sería diferente. Pensé que el día que copuló el sol y la luna, todo cambiaría, pero las tardes se presentan torpes, y yo en coma profunda. Y continúo sin construir leyendas con los naipes de los jubilados, y mis ojos tampoco tienen ganas del reflejo de cristal de mi acompañante de bus, ni mis letras balbucear amor eterno… Veo perros rabiosos, hojas de margaritas sin te quieros… Y aquí me consumo entre sábanas sin el motín de un Padrenuestro, porque quizá su voz sería mi salvación… Y sólo goteo escapularios lisiados de metáforas…

Miradas furtivas. Aspavientos intencionados y tedias alharacas que lo único que buscan, que su único propósito es obtener una respuesta, aunque sea mínima, aunque vaya a desembocar en un litigio hostil, aunque tan sólo sea para conseguir una mera réplica. No importa, pero requiere de ella. Y en el interludio de cada acto, la mujer aséptica, observa tales ademanes en silencio. Tan sólo se oye a lo lejos, el ruido vespertino de las taladradoras socavando el camino gris de nuestra anodina velocidad.
El mutismo es una constante en su vida, una variable incrustada en su ser. La sedució hábilmente con artimañas socarronas para albergar así todos los quehaceres de su vida y expandirse y dilatarse de manera ufana por todo el abrigo de su dermis.
A día de hoy su vida se compone de actos rutinarios, corroborados por el desanimo con los que lo repite. Cuando suena el despertador alarga su mano para matar el inicio de un nuevo día y se torna nuevamente cómplice y amiga del silencio. Intenta refugiarse entre las sábanas, y busca a escondidas, escupiendo por los ojos, el calor perdido de la infancia. Y es que ella nunca creyó en príncipes, ni en brujas, ni en hadas. Nunca le asustaron los fantasmas, ni los ogros que iban al acecho de los niños que proferían por su boca palabras ofensivas, groseras e indecentes, o de los que lanzaban piedras al compañero de clase aplicado porque siempre obtenía un diez en el examen. Ella nació sin miedo. Exenta de cobardía. Ella nunca desanuda sus labios para arrojar alaridos en las atracciones. Nunca se altera cuando transita por el enigma de la oscuridad y advierte pasos que arremeten contra ella, y podría paser por el borde del mayor rascacielos sin alterarse ni un ápice. Sin inmutarse. Y ella se jacta de esto, y de su cuerpo tallada día tras día en las máquinas del gimnasio. Pero ella no siente. No se conmueve. No se inquieta, ni se emociona. Desconoce la vida, y el dolor, y también el placer, porque ella no quiere prestarse a tales trances, porque ella no quiere digerir los ácidos episodios que acontecen nuestra existencia. Y no hace otra cosa que violar a la vida. La estafa y la engaña con esa crueldad inocente que siempre la ha caracterizado, pero sus esfuerzos están haciendo conatos de suicidio. La energía se la escapa entre los interquiscios de los dedos. Ella, siempre ha pretendido robar sonrisas a los mortales que la rodean, convertirse en su particular depósito de culpas y errores que invaden sus vidas. Siempre ángel y yelmo de su sufrimiento. Pero sus ímprobos trabajos de teatro, está representación diaria le está quedando exhausta. Así que ha decidido empotrarse en la cama. Y culpa al veneno, consciente, que absorvía cada día cuando el crepúsculo la acechaba. Y ahora las horas del tóxico gráfico cada vez van incrementandose y apoderando de todo el vacio de su vida. El sudor la envilece. La corrompe y la pervierte. Y es la mentira que ha optado por ser una pequeña desertora de esa vida no sentida. Y cree que es consecuencia de la enfermedad. Y que todo obedece a sus llamadas continuadas al desconcierto y a la perturbación. Y nuevamente miente. Neófita esquizofrénica, con el único objetivo de no sentir. Ni vivir. Ni luchar.
Suena el teléfono, y mira como ese aparato que tanto detesta, que delata su verdadera vida social, va almacenado llamadas perdidas y como se convierte en una mera suma de números que iluminan fugazmente la tumba que se ha construido. Ignora sus invocaciones musicales. No contesta. Y es que las excusas, y los pretextos para no citarse con sus “amigos”, para no reunirse con ellos, se le han acabado. Ya no puede repetir toda esa amalgama de falacias que ha ido engendrando día tras día nuevamente, ni corear reiteradamente esos vocablos que ha ido construyendo para ser prófuga de ellos, y que continuamente arrojaba a sus tímpanos, ignotos de la verdad.
Tan sólo existe un sitio donde araña su rostro para arrancarle la venialidad de su existencia. Allí, ella se desnuda. Se desviste y se despoja de los remiendos de la mentira. Y es limpia, pero no libre. “La culpa… La culpa… El pecado…. Ningún acto queda impune”. Palabras que lleva clavadas en su mente. Cierra la puerta, y el lavabo la acoge de la devastación que sufre. Él evita su inmolación. Y allí enseña al espejo su verdadero rostro. Él es el único que la conoce. Llora. Y bebe de su agua salada, y de sus secreciones nasales que invaden su labio. “Como cuando era pequeña, piensa”. Mas en ese pequeño cuarto la lujuria la corroe, esa lujuria maldita, y perversa, avisa a la culpa para que le acompañe en el tortuoso viaje que emprende en el cuerpo de ella. Coge mano para introducirla en el pantalón y la tiraniza para conseguir el néctar prohibido de su cuerpo. Y cierra los ojos, y no para ahuyentarse del mundo terrenal y hacerse protagonista de bacanales, sino porque odia ver el fin de la ballesta secreta converger en su ombligo.

Un año... on-line

Escribo entre los ladridos que dan la suma de dos tazas de café en una mesa con deudas de conversación. Escribo escuchando una guitarra colérica, y contando todos los cadáveres de sueño, y todas las palabras lisiadas y confundidas que he ido almacenando aquí. La factura total asciende a 365 días, menos un mes de abril. Recuerdo que me salio un stock demasiado defectuoso, y ya ven, mis fuerzas me lo robaron, tal y como dice Sabina. Y miro hacia atrás, y veo que continúo siendo la niña asustada y atemorizada porque ve que la vida es deforme. A pesar de eso, sonrío. No pensé nunca que soplará una vela. Tengo la voluntad como una desleal concubina. Emigra cuando menos te lo espera, pero ya ven, esta vez se encapricho de sus pupilas, y del garaje de sus alientos. Y es por eso, mis lectores, por vosotros, que aún no haya celebrado ningún velatorio. Y discúlpenme si no hago evaluación de corazones incautados, o de la milonga de mis cobardías. Ese era mi propósito, pero hoy ando cansada. Gracias por estar allí. Gracias por ofrecerme el pasaporte a los sueños.

He superado el síndrome de abstinencia de su nombre. La almohada de su ombligo ya no me deja marcas en la cara, ni tampoco en mis entrañas. Cansada de las mudanzas de tu cuerpo hacia otros brazos, de regalarme tan sólo fertilizantes de esperanzas… Cansada de ser el papel doblegado de la silla coja, y la fuente de los turistas perdidos. Ahora te miro por encima de la falda, porque ya no invocas a la primavera, ni el hambre de bicicletas. No has querido componer el puente de madera, y ahora es demasiado tarde, porque tus cimientos están en la laguna del miedo. Todo está podrido… Todo. Y yo te dejo volar. No quiero overbooking en mis manos

Las ciudades con lluvia son tristes. No tienen luz, ni mañanas sin duelo. Las ciudades con lluvia esconden la voz de la gente en cajas de cerillas, donde encogen sus sueños, y el baile no agitado. Les quedan malecones viudos de jóvenes, y la invasión de moratones líquidos, de esos charcos que guardan lo que pudo haber sido. Son la entrada de cine no comprada, y el whisky no consumido, y esa sed no apagada. La ciudad con lluvia, no te deja comer manzanas prohibidas. Y te lleva al calor de un radiador, al calor artificial, al que no habla, y tan sólo te ofrece el murmullo de su aire que te escupe en la cara…

Retomo deberes pendientes. Hoy empiezo a entrenarme más en el ejercicio de quererte. Te conjugaré en silencio, y te hablaré con lo que sólo soy capaz de enseñarte, sé que es poco, que tan sólo son migas de ternura, pero no se comprarte con otra cosa, por eso te enseño la furia de unas manos, descalzas de ti. Nerviosas de no tocarte ni abrazarte. Y también te muestro el tartamudeo de mis adagios. Se que me tengo que aplicar. Sí, seré una alumna tenaz. Me tengo que poner a repasar la lección de biología: sístole, diástole… Aún me acuerdo cuando subí las escaleras, y mientras mi memoria iba triturando las lecciones de tu naturaleza muerta e iba avanzando por el pasillo me asalto la marea de tu perfume… Y entonces, entonces supe que estabas allí, detrás de la esquina, esperándome para este nuevo curso, aunque mis ojos aún no te hubieran visto.

Te desayuno cada mañana, en silencio.

Siempre te has creído el anuncio de mis “Te quiero”. Pensaste que el aire que escupía mi saxofón eran para tus ojos, que mis dedos solfeaban los sueños del deseo en tu espalda, y ahora siento decirte que te utilizo, te compro con mentiras tan sólo para utilizarte, para obtener el dulce almizcle de tu sexo, y porque sé que eres demasiado cobarde para berrear otra canción, para saltar al abismo de los huérfanos, de los desamparados, de los derrotados. No te atreves venir a mi bando, al de los perdidos. Tu vida es fácil. Edulcoradamente sencilla. Y completamente fingida. Y ahora tengo a otra, a otra víctima de mi teatro. Lo siento, pero ya no estás en el reparto.

El tren me vuelve a raptar a las miradas glaciales. Digo adiós a los castillos de arena. Grito un hasta luego a las calles de mi infancia, y al café de los alientos. Y una hora, tan sólo una hora para saltar otra vez al lugar donde se entumecen los sueños, allí donde todos los días futuros son conocidos, donde los mañanas son calambres de pánico. Aguacero de monotonía. Cromos repetidos sin guión original, que producen dolor en las pestañas. Vuelvo a la compañía de los politonos, a pagar torpemente y sin ganas, a la financiera de las oportunidades. Y sólo tengo fuerzas para pronunciarte.

Te conviertes en parásito, en simple pulga de circo, sin saltos de circo, ni gradería de aplausos. Puños de inquina. Siempre repitiendo los mismos fracasos, siempre circulando en la avenida de los estrellados, inundado de avaricia impúdica. El juez no me decreta libertad. Me sentenció culpable, y ahora me toca caminar entre los amaneceres sin abrazos. Nadie, ni tú, ni nadie, podrá borrar arrancarme la losa de esos atardeceres contigo donde me dabas de cenar una sopa de letras para crear historias de pirata No me ofrezcas un atajo a tu alma con postales de olivos, ni flores de azahar, porque yo camino hacia la ciudad de los rascacielos, allí donde los nombres son estrechos, y se puede querer sin amor. Voy, a la luz de la libertad.

La luna naranja me aplastará en el alquitrán. Oprimirá mi vida reduciéndola a sudor, a simples gotas saladas congestionadas de hedores. Piel azabache. Sombrillas que irrumpen en los ojos. Caos. Aglomeración. Gritos ahogados en casa, en casa, en c a s a, c a s a …..
Aún, todavía aún, me suena demasiado lejana….
Disfruten de sus vacaciones, compañeros!!!!

Vuelves para valupearme con la verdad, con esa realidad que no soporto, que me hace trizas… Reconócelo, no soy como tú. Nunca lo podré ser. Tengo miedo, demasiado miedo como para saltar el charco de la escuela, demasiado cobarde para robarte miradas sucias. Me siento frágil, indigente de fuerzas y valor. No soy como tú. Lo reconozco. Tú eres el héroe de las princesas, el hombre que ocupa los sueños prohibidos de la vecina del quinto. Sí, tú eres la envidia, quién ocupa el remite cartas que escribe niñas impuras, el hijo que no ensucia la ropa con mentiras, el niño que siempre tiene una postal de abrazos para regalar, el que siempre da más… Pero yo no soy como tú.