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CICLOTIMIA

"Lia" entre tus brazos...

"Lia" entre tus brazos... Se sentó. Dejó el libro en la mesa: “Te llamaré Viernes”.

El bochorno, y la fertilidad de las horas agrietadas de rutina, la llevaron a encender el ordenador, meterse en un chat y enzarzarse en conversaciones banales, donde la tropelía de los hablantes imperaba. Últimamente, se había convertido en un artificio para estafar al tiempo, y mutilar la pereza. Siempre saludaba a sus interfectos con un “toc, toc?”. Ese era su disparo.

- Silvia, corre que empieza la final!!!.- gritó su hermano.

Interrumpió su andada virtual. Ya proseguiría después, pensó. Ella, nunca fue una gran amante del deporte, pero siempre admiro al séquito, y su filosofía de perseverancia y el tratamiento estoico al que sometían su cuerpo. En más de una ocasión ha intentado someterse a tal doctrina, pero siempre con final póstumo. Ahora ella estaba allí, en compañía de su hermano, admirando la templanza de los más rápidos del mundo, de los vertiginosos caminantes del aire. Menos de 10 segundos bastaron para disipar las dudas de la medalla de oro: Gatlin, contra todo pronóstico, fue el vencedor. Cuando volvió, aún estaba Athena”, una chica con ingenio, que utilizaba las palabras con dinamismo, y que además las arropaba con un gabán azul. La conversación finalizó con el intercambio de sus respectivos correos electrónicos. Dos días más tarde, Silvia recibió un correo de “Athena”, con una frase lacónica: “Sólo quería decirte que te he extrañado. Un besote”. La sorprendió gratamente recibir noticias de aquella desconocida, pues pensó, que a pesar de haberle dado el correo, se reduciría a un agradable puzzle de palabras de una tarde estival. Las andanzas de Silvia fueron rápidamente enviadas a esa desconocida, que le había despertado cierta curiosidad. Y así se fueron sucediendo los días, con mensajes de hadas, de dragones sin fuego, y estrellas de nieve. Y entonces, cuando el destino se lo permitía, cuando coincidían en su mundo, el tiempo se detenía, reduciéndose todo a dos: Silvia y “Athena”. Eran ellas. Sus palabras. Vestigios del pasado. Sonrisas calladas. Manos ciegas, y emociones purpúreas. Y todo, todo se repetía cada vez que se tropezaban en la red. Y Silvia, siempre dibujaba sonrisas cada vez que la bandeja de entrada le ofrecía confidencias de la eterna desconocida, y también castillos de cartón y cuentos de pastillas lunares. Y un día, después de haber descargado múltiples balazos a citas sin sangre, decidieron morder al destino. Silvia cogió el tren desde su pueblo a las 10:15, una hora más tarde estaría en la ciudad condal. “El bosc de les fades” era el lugar escogido para el encuentro.
“Atenea” entro, de manera inquieta, rebuscando por las mesas la señal que la indicará quien era ella, mientras Silvia la miraba en la penumbra, con deleite, y esperando a ser reconocida, observando en esa tacaña lejanía su sonrisa de luciérnagas. El libro fue el detonante. Ese Viernes... y la señal que las unió. Por fin podían verse. Ver sus caras, y respirar el olor que desprendía su piel: el aroma del deseo salpicado de timidez. Después de haber atado millones de palabras, y desgastar sus zapatos en acróbatas de canicas de la Rambla, Silvia se percató que ya no había tren, que las horas de habían deslizado en el tiempo de manera presurosa. “Atenea”, se ofreció para llevarla en coche, proposición que rehúso al principio, pero sin más alternativas en la baraja, acepto el AS que la arrojó. Subieron en el coche, con dirección a Cambrils, el pueblo de Silvia. Media hora más tarde, el coche les falló. Una avería que les obligaba a detenerse y buscar un hostal, algún tugurio de autopista para poder refugiarse y poder pasar la noche.
“Atenea”, la cogió de la mano, y fueron a aquella habitación donde la noche velaría sus sueños, donde tan sólo habría una cama, porque la disciplina del sortilegio así lo quiso. Tan sólo había palabras entrecortadas, vacilaciones de pensamientos, y risas torpes que manifestaban el nerviosismo de ellas. Quizás una noche cualquiera, otra oscuridad a sumar en el calendario, pensaban, pero, ambas, callaban, masticando pensamientos anhelados durante meses, días, horas, minutos, segundos… Y llegó el silencio, y su aliento, su respiración se convirtió en la única música. “Atenea”, miró los ojos azabaches, pétreos, y protegió la frente de Silvia con un púdico y vergonzoso beso, y Silvia tan sólo despedía deseo, apetito de concupiscencias desabridas, y fieras. Ese ósculo fue el inicio de su fuego, de su goce, y de su delirio. “Atenea”, y Silvia, sentadas juntas, encogidas del sonrojo. “Atena”, acariciando el brazo de Silvia buscando la calma. “Atenea” y sus dedos acariciando el rostro de Silvia. Aproximando sus caras para vencer la indecisión, acercando sus bocas, y sintiendo sus labios, y como ambas sentían la humedad de sus lenguas, unidas en sus boca. “Atenea” y su boca líquida, y sus besos de agua, llena del néctar prohibido. “Atenea” y ella, y sus ganas de más… Sintió como “Atenea”, le desabrochaba su camisa, y como sus manos recorrían su cuerpo, como su dermis quemaba con el roce de cuerpo, y de su carne. Silvia sentía como sus manos caminaban por su piel, dibujando países de estrellas y planetas sin horizontes. Silvia temblorosa, estremeciéndose del mundo ignoto, vibrante de querer descubrir guaridas secretas, de ser una arqueóloga de vías romanas, y entonces “Atenea” la quito el sujetador lentamente, sin desviar sus ojos. Ahora Silvia se encontraba desnuda, con sus pechos al descubierto, y mientras “Atenea”, agarrando su imagen en su retina, reteniendo la voluptuosidad de su esencia. Y ahora su lengua lamía su cuerpo, acariciaba con deseo cada centímetro, cada contorno, mientras Silvia gravitaba en laberintos de nervios, y glotonería de impudicias. Y ahora Silvia la desnudaba con titubeos, con inocencia, con timidez y reserva, descifrando el enigma de su cuerpo, tocando con cadencia, todas sus teclas, mirando la obra de la naturaleza, y escuchando el adagio de sus alaridos. Y ahora “Atenea” y sus manos, y la cintura de Silvia, y el botón que denuncia más.. y “Atenea” destapa su sexo, y Silvia el suyo, y las dos desnudas. Despojadas. Libres. Sin grilletes. Y dos cuerpos. Y dos sexos que chocan. Dos mujeres que se abrazan bajo las sábanas, y los dedos que vuelven a querer ser protagonistas, bajando por el ombligo, anhelando llegar al final de la ballesta que promueve el ombligo, acariciando la privacidad más arcana, y fue entonces cuando Silvia la sintió dentro, como sus dedos habían penetrado en su secreto, y ella cerraba los ojos para sentirla con más fuerza, para escuchar los latidos de su corazón… Y ahora Silvia demandaba, solicitaba ser la exploradora. Y sus dedos la acariciaban. Se colaban por su inmensidad sintiendo su humedad, sintiendo como su sexo se llenaba de lunas. Y ahora Silvia y su lengua, y el sexo de “Atenea”, que lo lamía, que lo chupaba, que lo absorbía, que jugaba con sus ondas, y los meandros de todo el río que brotaba de su interior. Y “Atenea”vibro. Todo su cuerpo tembló y berreo la canción del deseo, y fue entonces, Silvia, la inocente, paro. Y ambas se abrazaron, protegiéndose de brujas, y hechiceras ponchas, rodeando sus cuerpos, ciñendo el mundo de estrellas que habían visitado, donde las adivinanzas y los secretos de niños tienen dos rombos.
Y “Atenea”, después salto al púlpito de la carretera, camino a la estación olvido, con los ojos anegados en lágrimas, y con la cicatriz de su cuerpo. Su último adiós. Su “The end” de aquella historia con demasiados puntos seguidos y perseguidos.

(Disculpa mi demora, y por haber transgredido la promesa del tiempo).

1 comentario

Anónimo -

Aysss!!!! "Atenea" continua estremeciendose, petita.